miércoles, 22 de enero de 2014

ALMAS EN PENA

Esta historia es real ya que la crean o no es su problema. Esta historia me pasó a mí de verdad y os cuento: mirad yo iba paseando por la calle con mi pareja, y ya nos ivamos para casa porque en ese momento vinimos de ver a una amiga que la habían operado de apendicitis y nos dijo que nos pasaramos y entonces...
Ella vive unas calles mas alejadas que donde vivimos mi novia y yo y al ir viniendo a casa mi novia no podia andar bien ya que le empezaron a doler los pies y entonces me fue a casa a coger el coche y la deje un momento en un banco de la calle mientras yo en una carrera iba a por el coche y cuando llegue a casa entre para buscar las llaves del coche que no las tenia a mano y de repente me empezaron a tirar los platos y entre ellos uno me dio en la cara y me hizo una herida yo corriendo sali de la casa y al salir en la ventana que daba al patio de la entrada ponia.( NO HAGAS DAÑO A MI HIJA). Yo sabia que la madre de mi pareja mi suegra murio hace tiempo yo ni la conoci porque cuando murio mi pareja era pequeña, yo cogi fui corriendo a buscar a mi pareja a donde la deje. Al llegar por suerte seguia ahi y bien solo que me dijo que porque habia tardado tanto y donde estaba el coche y la dije no encontre las llaves y tu madre me ha lanzado un plato y me ha echo esta herida.
Mi novia toda furiosa dijo que si estaba loco y que pa que nombraba a su madre se cabreo tuve mala suerte y entonces la dije espera te ayudo a ir a casa la lleve a casa como pude sin los tacones de aguja que la dolian al llegar senti un escalofrio mi novia tambien y vio la imagen de su madre en un espejo ella fue corriendo y la dijo ¿mama eres tu? y la contesto con voz escalofriante si hija soy yo desde siempre te estado vigilando y este chico no me gusta no quiero que sigas con el y al rato desaparecio.
Pasado ya tiempo no lo dimos importancia y ya al año fui papa tuve una hija ahora ya esta grande para mi fue un orgullo. Entre mi hija preciosa y mi mujer estaba supercontento fue un milagro.
Un dia mi mujer y yo acostamos a la niña y al poner los walquitalkies empezaron a sonar cosas raras mi novia y yo fuimos corriendo y al llegar vimos una hoja escrita en la que decia.
Mi hija gracias por habere echo abuela es una niña tan guapa como tu nunca os olvidare sois mi vida y se que mi nieta nunca me conocera pero yo siempre estare a su lado para protegerla y desde entonces ya no ha vuelto a suceder pero la gente al contarselo les da respeto
esta historia fue real creanla o no eso es cosa suya.

buscano en faceboook....

https://www.facebook.com/pages/Historias-de-terror/1393350640923328?ref=hl

La verdadera historia de Hey Arnold.


Arnold en realidad es un niño qué vivio en los barrios de Philadelphia, quién fue violado y golpeado por su abuelo Phil y gracias a los golpes que recibió su cabeza estaba deforme y fue en la caricatura dónde adoptaron la forma de balón de futbol americano.
El abuelo Phil era un enfermo sexual y tambièn había violado al padre de Arnold, su esposa Gertie Puki lo vio y enloqueció por eso en muchos capítulos de la caricatura sale haciendo cosas extrañas.
Helga la eterna pretendiente de Arnold sufría transtornos de personalidad desde niña y a los 6 años Stinky quiso secuestrarla y jugar con ella, este personaje padecía retraso mental.
Yerald y Yuyín eran miembros de una pandilla de drogadictos y a esto se debe la “mala suerte” de Yuyín.
El señor Cocoshca inquilino de la casa en donde vivia Arnold era traficante de animales, por eso en la entrada de la caricatura cuàndo Arnold abría la puerta salían tantos tipos de animales.
El profesor de la primaria era gay y tenía una relación secreta con el Señor Cocoshca.
La hermana de Helga era prostituta y quería cubrirlo portandose de una forma linda frente a sus padres.
Rhonda es quién cuenta esta historia. Pertenecia a una clase social muy alta, pero al perder a su padre quedó pobre y se fué a vivir con su hermano el Chico del Pórtico al barrio de Philadelphia dónde todo esto ocurre.

Helga era una chica con problemas de conducta en la escuela por su agresividad contra otros. Su familia (al igual que en la serie) era una madre alcoholica y un padre distante, su hermana nunca estaba y aunque trataba de prestarle atención, pero Helga se negaba a ello. 

Arnold era la única persona que era amable con ella en la escuela y Helga comenzó a sentirse atraída por él. A pesar de eso no dejaron de aparecer problemas en su comportamiento y el rendimiento escolar debido a los problemas en su casa. De igual forma empezó a seguir a Arnold a diferentes lugares convirtiendose en su sombra, lo cual termina por incomodar a la familia de Arnold que se los dice a los Pataky. 
Helga es llevaba a un internado para niñas con la esperanza de que olvide a Arnold pero consigue escapar, busca a Arnold y este le dice a la familia de Helga lo ocurrido.

Helga de nuevo es llevada lejos de casa, esta vez a una institución mental en donde no puede escapar. Desesperada por ver a Arnold y confesarle lo que siente, decide cortarse para que la lleven al hospital. 
Corta su muñeca y una vez que la llevan al hospital escapa para ver a Arnold pero no lo logra ya que muere por el desangre. Cuando la encontraron vieron que en su brazo tenía marcado el nombre ''Arnold''. 
Se sabe que uno de los psiquiatras que estuvo con ella vendió la historia a Nickelodeon y los Pataky se fueron del país para olvidar aquello.

la historia de buena suerte charlie ....


Una noche de 1987, en la habitación de una clínica particular se escucharon los primeros llantos del niño Charliebautizado Patrick John, el primer hijo de la pareja Duncan fue declarado un niño con discapacidad mental, una discapacidad que no le permitirá pensar claramente, no aprenderá a caminar muy rápido ni hablará hasta una edad avanzada. Esta enfermedad fue un duro y gran golpe para sus padres quienes esperaban ansiosos la venida de su hijo quien les haría olvidar sus problemas socio-económicos pero al contrario este niño sería una carga más para sus padres pues el medico le prescribió unos medicamentos realmente caros para que la enfermedad no empeorase.
Tres noches después del nacimiento de PJ se enciende una bombilla en la oficina central de la clínica, una enfermera corre presurosa y al entrar a la habitación lo único que encuentra es a Amy Duncan abrasando a su hijo y llorando diciendo que estará bien, el niño está muerto la causa: Muerte súbita.

Ningún medico se sorprendió pues con el estado crítico del niño era cuestión de tiempo para que su corazón dejase de latir. Un breve funeral, un ataúd blanco descansa bajo la tierra mientras que todos los amigos de la pareja lloraban y consolaban a la pobre Amy que no paraba de sollozar, entonces uno de los amigos de la pareja se acerca a ellos y les extiende un cheque, este hombre dice querer ayudarlos en sus problemas económicos, Bob toma el cheque casi arranchandolo de la mano del hombre, por fin las deudas de los Duncan estarían pagadas, pero eso no era todo, Bob hizo una inversión en una compañía de exterminación de plagas y también obtuvo un empleo en esa misma compañía que creció y Bob se volvió el mejor exterminador del estado en poco tiempo al mismo tiempo que Amy obtuvo un empleo como enfermera en la misma clínica donde falleció su hijo, todo estaba marchando con suerte en ese tiempo, era la oportunidad perfecta para comenzar una nueva vida y olvidar el fallecimiento de PJ.

1989 Teddy, la segunda hija de la pareja Duncan había salido del hospital en los brazos de su madre, llegaron a una casa hermosa en los suburbios, dormía en una cuna grande y muy cómoda, era una hermosa etapa de su vida, era totalmente perfecta. Cuando creció iba a una guardería de clase alta pero un día una enfermedad estomacal la llevó al hospital en el cual estuvo unos cuantos días, con el diagnostico de parásitos estomacales que habían sido eliminados por las mismas defensas de la niña.

Días después Amy entra al hospital con su hija en brazos y una muestra de heces cubierta de sangre, alarmado el doctor manda a un laboratorio las muestras pero los resultados solo demostraron que era sangre de Teddy nada más por lo cual fue internada para investigación, sin embargo no se llegó a ningún diagnostico hasta que un día se encontraron quistes en las heces de Teddy, no todos los parásitos habían sido destruidos por las defensas de la niña y esta se sentía cada vez peor, aunque Amy no se apartó de ella un segundo, Amy obtuvo trabajo en el hospital donde estaba Teddy así que pudo estar mucho más tiempo con ella, Amy era una gran madre. Al cabo de una semana después de encontrar la causa del dolor y sangrado

Teddy fue dada de alta. Unos años más tarde Teddy conoció a su nuevo hermanito: Gabe, quien nació en el mismo hospital que ella, solo una cosa no encajaba, era de otra raza, todos en la familia incluyendo a PJ eran caucásicos y rubios pero Gabe no lo era, su piel era oscura y tenía el cabello negro, los doctores dijeron que era por la herencia genética pero esto no convenció del todo a Bob quien se sentía engañado por su propia esposa, después del nacimiento de Gabe, Bob salía a beber seguido y se volvió alcohólico y cada vez que llegaba ebrio a casa tomaba a Gabe por la cabeza y lo golpeaba, Teddy lo defendía y también resultaba golpeada, después de torturar suficiente a sus hijos Bob proseguía a golpear a Amy, después se dormía en el sofá mientras Amy, Gabe y Teddy lloraban. Un día mientras Bob golpeaba a su mujer alguien tocó la puerta, era la policía quien tocaba, entraron a la fuerza y después de ver a Amy y a los dos niños llorando en el suelo decidieron arrestar a Bob. Mientras subían a Bob al auto patrulla Estelle Dabney, vecina de la familia, lloraba con un teléfono en mano mirando a Gabe con desprecio y susurrando: “Esto es tu culpa”.

Un mes después una prueba de embarazo da positivo y confirma los miedos de Amy, en un tiempo tendrá otra boca más que alimentar ella sola. Después de ver tantos maltratos a su hermano y vivirlo ella misma, Teddy Duncan es obligada a madurar muy rápido, se volvió una adulta responsable en un tiempo casi inapropiado, mientras que Gabe tomó el camino incorrecto, se dejó llevar por el libertinaje y a los 13 años empezó a fumar y a beber a escondidas de sus padres.

2004 nace la cuarta y última hija de la familia Duncan, Charlotte Duncan, tal vez la última desgracia de la familia. Al estar Bob en la cárcel no tuvieron más remedio que racionar la comida por la paga insuficiente en el empleo de Amy; al no tener suficiente proteína ni energía Charlie enfermaba frecuentemente lo que se hacia un problema más grande para la familia.

15 de Agosto del 2005 cinco policías entran a la casa Duncan y en ella encuentran a Gabe y Amy Duncan muertos y a Teddy con lágrimas en los ojos y cortaduras en los brazos y piernas pero aún sosteniendo a su hermanita Charlie que estaba inconsciente y con las mismas cortaduras que su hermana. Ya en cuidados intensivos Teddy confiesa al policía todo lo que pasó, como su madre había asesinado a Gabe clavandole un cuchillo en la garganta y había intentado matarla a ella y a Charlie pero tras un largo forcejeo Teddy había ganado y accidentalmente -como lo declara ella- había matado a su propia madre salvándole la vida a su hermanita, los policías habían encontrado concordancia en la historia de Teddy y después de haberse curado la internaron en un orfanato aunque Charlie no estaba del todo recuperada y debía pasar más tiempo en cuidados intensivos.

28 de Octubre del 2005 Teddy Duncan sube un video en internet en el que dice: “Hola Charlie soy tu hermana Teddy, hago este vídeo para esclarecer los misterios de nuestra familia, espero tengas edad para entender lo que te voy a decir a continuación. Teníamos un hermano que tenía discapacidad mental, según me contaron papá y mamá el murió por muerte súbita pero yo no creo eso, conozco a mamá demasiado y tengo dudas que ella lo asfixió.

También recuerdo que, cuando era niña mama me daba de comer en el hospital comida que ella misma traía, cuando empezó a hacer eso los doctores me dijeron que tenía una enfermedad estomacal. Tu hermano Gabe era moreno pues no era hijo de nuestro padre, en realidad escuché que nuestra madre tenía una aventura con nuestro vecino, papá sabía esto por lo cual golpeaba severamente a Gabe y a mi por protegerlo hasta que un día llegó la policía y… bueno sabes lo que pasó, unos meses después de tu nacimiento mamá perdió la cordura y… Gabe y mamá murieron. Para cuando veas este video estarás con papá, espero estés bien. Recuerda que te amo Charlotte.” Teddy se detuvo a llorar y con los ojos rojos miró a la cámara y dijo: “Buena suerte Charlie, te amo” se acabó el video. La compañera de cuarto de Teddy la encuentra tendida en el piso con un destornillador en el cuello. Tiempo después Phil Baker encuentra el vídeo en internet y decide investigar el caso, cuando supo los detalles esenciales se la presenta a su jefe y la maquillaron tanto para crear lo que ahora es una serie más de Disney.

EL ENTIERRO

No negaré, pues este diario fue iniciado para consignar la realidad de mi misión, y no fábulas que agraden a los oídos necios, que la llegada a Saint Sulpice ha sido dura y decepcionante a partes iguales. La que figura como misión en los anales de nuestra orden no es más que una aldehuela sucia y descuidada por la que vagan impúdicos salvajes desnudos.

El padre Agustino, a quien tomo el relevo de la congregación, es un viejo nervioso y pusilánime que no ha conseguido transmitir la energía que requieren estas infantiles criaturas. En vez de utilizar su autoridad para construir una iglesia decente con la que sustituir la choza infecta que se utiliza ahora, se ha dejado embaucar por los cuentos de sus lugareños. No hay cultivos, no hay canalizaciones de agua, no hay mejora alguna. El único signo de la llegada del Cristo a estas tierras es una basta cruz de madera, en la que suelen encaramarse los monos sin que a nadie le importe tal irreverencia, y los dos novicios que asistían al viejo padre Agustino, dos salvajes que, al menos, hablan con ingenio, si bien no con corrección, un patois bastante similar al francés de las antillas.

Del propio padre Agustino sólo he recibido un único consejo, desconfiar de los monos, y una recomendación que, por supuesto, desoiré: no inhumar a los muertos, sino continuar incinerándolos. Reconozco que he sentido un gran alivio al embarcar al viejo misionero rumbo a Manila. Espero que las hermanas de la Compañía de María puedan dar reposo a su perturbado espíritu.

François cerró, algo abatido, el diario en el que iba consignando su labor misionera. Sí, ciertamente Dios le ponía a prueba con aquel nuevo destino. El religioso frisaba ya los cuarenta años y veía sus fuerzas menguar. A largo término, sabía que terminaría como el propio padre Agustino, reducido por las fiebres y la tensión a un vulgar viejo supersticioso. Al darse cuenta de su dureza, se santiguó por el poco pío pensamiento y se levantó dispuesto a emprender con energía su trabajo.

Lo primero, pensó echando un vistazo al irregular conjunto de chozas embarradas que le circundaban, sería la iglesia. Pero no el edificio en sí, sino mostrar con un gesto que la llegada de Cristo había sido efectiva. Aquellos salvajes necesitaban un punto de referencia a partir del cual construir su futuro. Y ése no sería una cruz que sirviese de palo de gallinero a los monos. Un oficio solemne sería un comienzo mucho más efectivo.

Era por ello que, escasamente había despedido al padre Agustino, François había encomendado a sus novicios construir una cerca alrededor de la cruz. Aquello no impediría a los monos llegar hasta ella, pero demarcaría el recinto sacro, un recinto que se cimentaría sobre lo más sagrado: las tumbas de los primeros conversos. Tomando la idea de las viejas catedrales europeas, enlosadas con las lápidas de los obispos de siglos y siglos, había concebido aquel ingenioso plan. Por un lado le permitiría desterrar aquella bárbara tradición de incinerar los cuerpos para que los “demonios del bosque” pudieran llevarse a los espíritus convertidos en humo; por otro lado, daría unos impactantes cimientos al templo, el cual sería su segundo objetivo.

Desde su improvisado escritorio, que no era otra cosa que una caja con enseres que había traído de su anterior destino, llamó a uno de los novicios, quiénes ya terminaban de levantar la cerca del recinto con cañas de bambú.

-Domingo –le dijo al salvaje- esta tarde enterraremos al hombre que murió ayer en la jungla. Será una gran ceremonia, y tú y Santiago vestiréis túnicas blancas. Ahora tenéis que hacer una zanja bajo la cruz.



El joven indígena asintió durante la perorata del misionero, pero cuando terminó le dijo, para su sorpresa:

-No zanja.

-Domingo –volvió a decirle François en el tono conciliador que se usa con un niño poco despierto- esta tarde oficiaremos el enterramiento bajo la cruz. Por eso necesito que hagas una zanja.

-No zanja –insistió el joven con obstinación. Luego hizo gestos como si arañara algo para completar su explicación:- monos tomar muerto.

“Monos del Diablo”, pensó el misionero, “tal vez el padre Agustino no andaba tan desencaminado.” ¿Qué podría hacer para evitar que los monos desenterraran el cadáver? Sería muy perturbador para todos si algo así ocurría, y sabía que los monos eran muy capaces de llevar a cabo tan macabra empresa. Si algo tenían aquellas bestias, era determinación.

-Usaremos piedras –indicó magnánimo retomando la idea de las catedrales europeas.- Cubriremos los cuerpos con losas y piedras. Dile a Santiago que te ayude a traer piedras de la jungla.

Domingo le dedicó una gran sonrisa y después, entre risitas, comunicó al otro novicio la determinación del misionero. Éste les observó reírse entre dientes, pero, aunque no entendía por qué lo hacían, decidió no darle importancia.


La tarde discurrió pesada, húmeda. La inspección del resto de la aldea no mejoró el humor de François. Los indígenas se habían contentado durante generaciones con vivir de lo que daban los árboles frutales y el propio río, en el que pescaban, desnudos, valiéndose de largas lanzas bifurcadas. No eran gentes industriosas ni trabajadoras, sino más una cuadrilla de haraganes. Un pensamiento le asaltó varias veces durante esa jornada: los omnipresentes simios que compartían el territorio parecían mucho más despiertos y trabajadores que los propios hombres. Sí, se dijo, Dios le ponía a prueba.

Cuando ya iba a caer la noche, tras inspeccionar el montón de piedras negras que habían recolectado Domingo y Santiago, François volvió a la choza que había alojado al viejo padre Agustino y se vistió con la ornamentada sotana para oficios solemnes. Luego fue el turno de sus novicios, que le asistirían durante la ceremonia ataviados con casullas blancas. Éstos parecían inquietos y no dejaban de reírse, lo que le resultaba francamente molesto. Al final, les amonestó seriamente antes de salir a oficiar. Después de todo, era importante dar una buena impresión a los aldeanos.

Como había previsto, su reprimenda caló hondo en los pueriles espíritus de los indígenas y éstos se mantuvieron tranquilos durante toda la ceremonia, la cual, por otro lado, tampoco fue todo lo solemne que él hubiera querido. Entre la desordenada multitud que le observaba curiosa, riendo entre dientes y meneando la cabeza con escepticismo, se veían numerosos monos. Paradójicamente, éstos observaban con gran seriedad, muy quietos, las evoluciones del sacerdote.

Terminado el oficio, que François tampoco quiso prolongar demasiado a causa del calor, los tres religiosos cubrieron el cuerpo del difunto con las rocas traídas de la jungla. Algunas eran pesadas y su manejo resultaba aparatoso, por lo que la solemnidad del momento terminó de diluirse. Por otro lado, se dijo el misionero, los comienzos siempre era difíciles y, además, la base creada con aquel sepulcro sería un sólido pilar para la iglesia que pensaba erigir.

Finalmente, tras una plegaria a la que los indígenas no prestaron mucha atención, la comitiva se dispersó para pasar la noche. François, algo irritado, y en parte intrigado, llamó a Domingo a su lado.

-Dime, Domingo, ¿por qué los hombres de la aldea movían la cabeza? –le preguntó en relación a aquel gesto escéptico que tanto se había repetido durante el sepelio.

-Piensan en monos –dijo el muchacho señalando a los simios que todavía aguardaban, sentados, en torno a la cerca.- Monos no gustan hombres enterrados –añadió repitiendo el gesto de arañar.

-Los monos no moverán las losas; son demasiado pesadas –replicó el misionero, irritado, antes de retirarse, sin más saludo, a su choza.




El calor aquella noche era opresivo. La gran humedad ambiental hacía difícil respirar. Conocedor del clima de los trópicos, François decidió dormir en el camastro de cañas trenzadas del viejo padre Agustino. Sabía que en su hamaca, aunque estaría más protegido de víboras e insectos, se sentiría agobiado por el calor.

François era un hombre con tendencia a sofocarse en sueños, a verse asaltado por pesadillas. Como fascinado mórbidamente por esta afección, había estudiado profundamente las connotaciones de los vocablos con los que se designaban, desde el íncubo italiano, de claro significado, al nightmare inglés. Siempre había creído que significado y significante guardan claves ocultas, y en castellano esto se le aparecía con la mayor claridad: pesadilla era la definición más clara de sus terrores nocturnos. Sin duda los hispanos habían encontrado la palabra clave para designar su afección, que siempre se traducía, por muy colorido que fuera el sueño, por una opresión sobre el pecho, un peso muerto, el peso del íncubo que perturbaba su descanso.

Aquella noche, como cabía esperar a causa del calor y de las fuertes impresiones de la jornada, tuvo malos sueños desde que cerró los ojos. En ellos, los simios de la aldea estaban vestidos con sotanas y casullas, pero aunque aquello le llenaba de indignación, no conseguía reunir valor para protestar. “Debo respetar mi voto de obediencia”, pensaba inmerso en la pesadilla, observado por los ojillos brillantes de los simios, “si la Santa Sede ha decidido ordenarles, ¿quién soy yo para censurar que vistan los hábitos?”.

Sin embargo, a pesar de que se daba buenas razones en la ilógica del sueño, aquella visión le resultaba perturbadora y agobiante. Poco a poco, a medida que más y más monos aparecían vestidos de misioneros, más difícil le resultaba respirar. Al final se dio cuenta de que el motivo era que se seguían subiendo a la basta cruz de madera, a pesar de que ya la habían escalado media docena, y que ésta sangraba.

-¡Bajad de ahí! –gritaba en sueños- Os lo ruego, bajad de la cruz –rogaba sintiendo que, si continuaban así, al final no podría respirar.

Entonces, con la vaga sensación de estar luchando por emerger de la negrura, François abrió los ojos y tomó una gran bocanada de aire. “Una pesadilla”, se dijo al sentir la opresión en el pecho, su pulso acelerado. “Sólo un mal sueño, un íncubo”, se tranquilizó al vislumbrar la techumbre de cañas trenzadas. “Tomaré un poco de aire y todo irá mejor”, decidió finalmente.

Sin embargo, al intentar alzar los brazos, sintió como si una fuerza le empujase hacia el suelo. Se sentía como hundido en el catre, oprimido por las sombras. Intentó alzarse de nuevo y escuchó un sonido áspero, como de una roca deslizándose sobre otra roca. Entonces vio el reflejo de la luna en unos ojillos vivaces y el horror tomó forma.

Una docena de monos le observaba, todos sentados con total seriedad, desde la oscuridad de la choza. Todos en solemne silencio. Entonces, uno de ellos se alzó y colocó otra piedra negra sobre el lecho que ya habían formado sobre el sacerdote. François sintió el peso sobre su pecho y sucumbió al pánico. Le faltaba la respiración, no podía gritar, no conseguía hinchar su diafragma con el aire suficiente para lanzar un grito de ayuda. Con los ojos cuajados en lágrimas, el misionero contempló, sin conseguir recuperar el control de sí mismo, cómo los simios completaban su sepultura, poco a poco, piedra a piedra.

martes, 21 de enero de 2014

Un cuento de terror de verdadero...

Juan Madrid construye una inquietante ficción basada en los datos del sumario de Asunta

A Berta le gustaba contar historias y cuentos que se inventaba ella misma con mucha facilidad. Elizabeth era su mejor amiga y se sentaba siempre a su lado en el colegio. Berta quería ser novelista y viajera. Elizabeth, música concertista de violín y también viajera. Elizabeth no era chismosa como Pili Vinuesa, ni como la tonta de Arantxa que sólo le gustaba bailar, ni como la mayoría de las compañeras de clase que querían ser artistas famosas, empresarias o arquitectas y luego casarse. Ellas dos no. Berta, la Chinita, y Elizabeth, no querían saber nada de novios ni de chicos. Estaban siempre contándose secretos y preparando viajes por el mundo. Sobre todo querían ir a China, ya se habían leído una guía de viajes.

«Cuando seamos mayores tenemos que ir a China», le decía siempre Berta a su amiga preferida. Durante las clases, hablaban y hablaban, haciendo planes, aunque tenían que tener cuidado para que no las descubrieran. Seguramente se reirían de ellas. Con el dinero que iba a conseguir la Chinita, las dos podrían vivir juntas y dedicarse a lo que quisieran. Berta hablaba chino, inglés, español y estaba aprendiendo francés.

Las dos amigas eran las mejores del colegio en todas las asignaturas. También les gustaba hacer travesuras y reírse. Las dos eran flacas y ágiles y se subían a los árboles con suma facilidad.

Un día Berta le dijo a Elizabeth seriamente, después de pensarlo mucho, que tenía un secreto. Fue cuando cumplió 12 años y se quedaron solas, después de la fiesta de cumpleaños, y se hubieron ido todos los niños. Era casi de noche y estaban sentadas en la escalera de su casa, muy juntas. Berta le dijo:

--Elizabeth, me gustaría que cuando fuésemos mayores te vinieses a vivir conmigo, en serio. Cuando cumpla 18 voy a recibir la herencia de mi abuelo. Son bastantes casas, mucho dinero, pagarés y esas cosas y la Casona Grande, esa que tiene piscina y bosque. Me gustaría que te vinieras conmigo y que viviésemos juntas. ¿Vas a querer?

Elizabeth abrió los ojos como platos. Eso era otra fantasía de su amiga.

--Venga ya... No fastidies.

--Es verdad, Elizabeth, en serio. ¿No te lo crees? Voy a ser rica cuando sea mayor y, si quieres, te puedes venir conmigo. ¿Te gustaría?

--Sí, bueno, yo también quiero estar contigo. Pero me parece que mis padres no me van a dejar.

--No es ahora, será cuando tengamos 18 años y seamos mayores de edad. Se lo he preguntado a don Bruno, el de Sociales, y me ha dicho que a los 18 nadie puede mandar en ti. Dime, ¿te vendrías? Viviremos juntas y yo escribiré novelas y tú tocarías el violín... Bueno y viajar, viajaremos por todo el mundo. Pero tenemos que esperar a que tengamos 18 años. Yo quiero ir a China y encontrar a mi padre y a mi madre chinos y decirles: «¡Hola, soy vuestra hija, la española!» y traerles aquí con nosotros. Les dejaría una de las casas del abuelo.

--¿Y tu abuelo te ha dejado todo ese dinero y todas esas casas?

--Sí... Mi abuelito se murió el año pasado, no podía vivir de pena, me parece a mí. Se murió la abuela y él no aguantó solo. Se murió tres meses después de mi abuela. Me enseñó los papeles del testamento y me lo dijo. ¿Te acuerdas de él?

--Lo he visto poco. Me acuerdo del bastón.

--Íbamos mucho de paseo, sabes. Me decía Chinita, ya ves. Yo le contaba cuentos, historias y él me decía, «¿Te los inventas tú sola?». «Sí, yo sola, abuelo», le contestaba y él me decía, «Vaya, eres la nietecita que he estado buscando. ¿Te sabes más cuentos?» y yo, pues le contaba otro. Los que más le gustaban eran los de bosques encantados y los de hadas y muertos vivientes y los de amor.

--¿Y te dijo que te dejaba a ti la herencia?

--Sí, a mí. Y me enseñó los papeles. Los tiene mi mamá en la caja fuerte.

--¿Y no le deja nada a tu madre?

--Me parece que algo, eso sí, pero no sé cuánto. Un día escuché a mi madre hablar con mi padre, decía que eso no podía ser. Mi abuelo me dijo una vez que mi madre ya le había sacado bastante y que su dinero no sería para su amante, fíjate tú.

--¿Me lo juras?

--Sí, te lo juro, Elizabeth. Mi abuelito me dijo que a los 18 años me lo darían todo, el dinero y las casas, todo. Tenemos que esperar siete años más. Cuando tenga el dinero iremos a China y buscaré a mis auténticos padres. Eso será lo primero que hagamos. ¿Querrás venir conmigo?

A Elizabeth se le saltaron las lágrimas y comenzó a llorar en silencio. Su amiga se sobresaltó y le levantó la cabeza.

--¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras?

--No... no me pasa nada, es que soy muy feliz.

--Anda, no llores, tonta, venga. Siete años pasan muy deprisa. Mira, nos iremos a la Casona Grande a vivir. ¿Eh? ¿Qué te parece? Pero no tiene que enterarse nadie. Debe ser nuestro secreto.

--Qué bonito sería, Berta, que bonito. No puedo ni imaginarlo.

La voz de su madre surgió desde la puerta de su casa, arriba de las escaleras.

--Vamos, niñas... es hora de cenar, es muy tarde.

Luego, aquella noche, Berta se acostó y cogió un libro para leer como tenía por costumbre. Su padre y su madre se acercaron a la cama y le acariciaron el cabello. Su padre se llamaba Antonio, tenía el pelo canoso y era bastante guapo y muy alegre. Había sido periodista de joven y por eso ella iba a escribir en los periódicos, para ser como él. Aunque sus padres estaban separados, su padre venía mucho a verla. A ella le gustaba jugar con él y que le contara cosas de cuando había sido periodista.

--¿Te ha gustado la fiesta, hija? --le preguntó su padre-- ¿Te has divertido con tus amigos?

--Sí, me ha gustado mucho, ha sido muy bonita. Gracias, papá.

--¿Qué estás leyendo?

--El perro de los Baskerville, de Conan Doyle.

--Vaya, ¿y es bonito?

--Sí, me gusta mucho.

Su padre se despidió y se marchó. Su madre se la quedó mirando.

--¿Qué le decías a Elizabeth, Berta?

--Nada mamá, cosas nuestras.

La madre la miró fijamente. Tenía el rostro frío y huesudo y siempre estaba cansada y enferma, quejándose de cualquier cosa. Se llamaba Charo y ella era ya casi tan alta como su madre. Era madre adoptiva y recientemente se había separado de su padre Antonio, que también era su padre adoptivo. Se separaron porque su madre se veía con otro hombre y disimulaba, como si ella no supiese nada y fuera tonta.

--Corazón mío, ya sabes que no debes decirle a nadie lo de la herencia. La gente es muy mala. Querrán quitarte el dinero.

--¡Oh, vamos, mamá! Elizabeth es mi amiga.

--No debes fiarte de nadie, Berta, cariño. La gente es muy atravesada.

--No se lo he dicho a nadie, mamá. Sólo a Elizabeth.

--¿Y no vas a querer estar con tu pobre madre, Berta? ¿La vas a dejar que se muera de hambre?

--Anda, mamá, claro que sí. Además tú eres abogado, ¿no? Y hablas inglés muy bien. Yo nunca te voy a dejar. Te veré todos los días.

--Vas a ser una muchacha muy guapa, hijita. ¿Lo sabías?

Berta dejó el libro, se abalanzó sobre su madre y la besó en la mejilla.

--Buenas noches, mamá. Creo que voy a dormir.

Poco más tarde la escuchó cuchichear por teléfono con ese hombre moreno, que parecía moro, su amante. Entonces se arrebujó en la cama, se tapó y llamó con el móvil a Elizabeth.

--¿Estas dormida?

--No.

--¿Quieres que te cuente un cuento? ¿Uno de miedo?

--Sí.

--Trata de una niña a la que quieren matar.

--Cuéntamelo, anda.

Se lo contó. Un cuento emocionante que a su amiga le encantó.

Al final de curso, la madre de Elizabeth se encontró con Charo en la puerta del colegio y se pusieron a hablar. Charlaron de lo amigas que eran sus hijas y de las buenas notas que habían sacado. Le comentó que Berta tenía mucha imaginación, le había contado a su hija que en cierta ocasión, un hombre con pasamontañas y guantes de látex había entrado en su dormitorio y la había intentado matar. Si no llega a ser por su madre que acudió con unas tijeras y lo ahuyentó, no lo cuenta.

--Vaya imaginación, ¿no te parece?

Se asombró cuando Charo le dijo que no era una historia, había sido verdad. Un atracador había entrado en su cuarto, la caja de caudales estaba en el dormitorio de la niña, y debió sorprenderse al verla y la intentó asfixiar con la almohada. Ella acudió cuando la escuchó gritar.

--He ido a la comisaría, sabes, y lo he denunciado. Desde luego, este verano me la voy a llevar a la Casona, fuera de la ciudad.

Después, el 5 de julio, durante las clases particulares de música, Berta no pudo tocar la flauta travesera. No se tenía en pie. Se sentía mal, mareada y con ganas de dormir. Había vomitado varias veces. La profesora creyó que estaba drogada y la llevó a su casa en su propio coche.

La madre se lo explicó:

--Es que está tomando un medicamento para la alergia que le produce somnolencia y como ella es tan delgadita, pues le afecta mucho.

En agosto, Berta se fue con su madre a pasar el verano en la Casona y Elizabeth con su familia a Salobreña, provincia de Granada, donde siempre hacía sol. Las amigas lloraron un poco y se prometieron llamarse todos los días, sin falta.

Elizabeth nunca la volvió a ver. El 21 de septiembre salió en el Ideal de Granada la noticia de la muerte de Berta, en un camino rural, cerca de la Casona. Dos vecinos, que se dirigían a una verbena cercana, vieron su cuerpo tendido a la una y media de la madrugada. Había restos de cuerdas cerca de ella. La familia había denunciado su desaparición el día anterior. La muerte había sido causada por asfixia.

Los padres de Elizabeth intentaron que su hija no se enterara de la noticia, pero fue inútil. Todas las televisiones emitían comunicados y especulaciones sobre el asesinato. Cuando se enteró Elizabeth no paró de llorar en todo el día, negándose a comer, exigiendo que quería volver a la ciudad.

Regresaron a los pocos días y se encontraron con una ciudad sumida en comentarios y disquisiciones. Todo el mundo tenía una opinión sobre la causa del asesinato de la niña china, adoptada por Antonio y Charo en el 2000. La transacción les había costado 3.000 dólares.

Elizabeth se enteró de que el pediatra de Berta había declarado que la niña no tenía alergia ninguna y que Antonio, el padre adoptivo, había comprado a comienzos de julio en la farmacia del barrio 50 dosis de Orfidal, un potente ansiolítico. También se supo que la madre jamás denunció en comisaria la agresión de su hija. Y que en la Casona se encontraron cuerdas iguales con las que habían atado el cuerpo de Berta. El 24 de septiembre detuvieron a la madre acusada del asesinato de su hija adoptiva y dos días después, al padre. Encerraron a la pareja en una misma habitación de la comandancia de la Guardia Civil que tenía escuchas y la madre le dijo a su ex marido: «Tú y tus jueguecitos. ¿Te ha dado tiempo de deshacerte de eso?» y Antonio contestó: «Calla, que a lo mejor nos están escuchando».

Elizabeth, una mañana, acompañó a sus padres al Palacio de Justicia y preguntaron por el juez de instrucción. Llevaba su móvil, repleto de historias de Berta. Se sentaron en uno de los bancos corridos del vestíbulo y aguardaron a que acudiera su señoría. Los tres se habían vestido como si acudieran a una fiesta.

amityville